martes, 26 de abril de 2011
Glynnis Whitwer                                                                                                                          Miembro del Equipo
de Proverbios 31, Ministerios para la mujer

Mateo 5:8,  “Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios.”
(NVI)

Lectura:

Hubo una vez un fariseo llamado Simón que estaba muy seguro de que sí Dios tenía una lista de favoritos, él estaría entre los primeros. Como miembro de la élite judía, se enorgullecía de guardar los Diez Mandamientos y de usar ropas que lo distinguían de la gente común. Como judío, al igual que las generaciones que lo precedieron, Simón esperaba que Dios enviara al prometido Salvador.

Hubo una vez una mujer que estaba igual de segura. Sin embargo, ella estaba segura de que no estaba en la lista de nadie. Sabía que no era digna de otra cosa que el desprecio de los hombres y las mujeres con quienes se encontraba. Era una mujer que no había guardado ni las reglas de Dios, ni las de los hombres y no tenía esperanza de que la aceptaran alguna vez.

Y en medio de todo aquello estaba Jesús. Turbador y desconcertante, quebrantaba las leyes de los hombres para seguir las de Dios, y colmaba de amor a aquellos que pensaban que eran quienes menos lo merecían.

Estas tres personas son los personajes claves de una historia que se encuentra en Lucas 7, versículos del 36-50. Simón había invitado a Jesús a cenar, pero no le mostró ningún tipo de cortesía básica. A Jesús no le lavaron los pies. No le dieron un beso en la mejilla, ni ungieron su cabeza con aceite. Todos los asistentes deben haber notado estas faltas de cortesías. En el aire debió sentirse la tensión. Era como si Simón le hubiera dado una bofetada a Jesús.

Mientras avanzaba la cena, una mujer atravesó el patio. Se arrodilló junto a Jesús, las lágrimas rodaban por sus mejillas y caían salpicando los pies de Jesús. Ella tomó su cabello suelto y suavemente limpió el fango de los pies de Jesús. Entonces los ungió con perfume. Los pies de Jesús estaban sucios, agrietados y con callos, pero para ella eran hermosos.

La Escritura no nos dice cómo esta mujer supo de Jesús, pero está claro que sabía lo suficiente como para actuar de un modo muy detallado para mostrar su gran amor y gratitud.

A Simón debe haberle disgustado este despliegue de emoción. Simón el juez, cuyo corazón estaba ligado al orgullo, juzga a la mujer y a Jesús. En el corazón de Simón no había amor.

Es en ese momento que Jesús lee los pensamientos de Simón. Simón se dijo a sí mismo: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujeres: una pecadora.”

Entonces Jesús reconoce los pensamientos de Simón y enseña una lección sobre el perdón y el amor.

Lo que me impresiona de esta historia no es la parábola que Jesús enseña, que tiene importancia suficiente como para tratarla por sí sola, sino el hecho de que Simón lleva toda su vida esperando para ver al Mesías. Jesús era el cumplimiento de la promesa para todos los ancestros de Simón y sin embargo, cuando el Mesías, el Dios encarnado, entró en casa de Simón, y él no lo reconoció.

En Mateo 5 Jesús enseñó lo que ahora llamamos “las bienaventuranzas”. En el versículo 8 Jesús dice estas palabras: “Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios”. La verdad de estas palabras se demostró en la historia de Simón.

Simón se aseguraba de que el exterior de su vida  tuviera muy buena apariencia, pero descuidaba el estado de su corazón. Simón no veía su necesidad de perdón, ni tampoco que necesitaba un salvador. La mujer de la historia era todo lo contrario. El exterior de su vida era un desastre antes de conocer a Jesús, pero ella sabía que tenía una gran necesidad de salvación. Su corazón  estaba despojado del orgullo y rebosaba de amor. Piense entonces, ¿cuál de los dos vio a Dios?

Un corazón limpio…la capacidad de ver a Dios… ¿es posible para mí? Solo con la ayuda de Dios y con una disposición a ser completamente honesto con relación al pecado que ha estado escondiéndose en mi corazón. Yo sé que preferiría tener el corazón de aquella mujer y ver a Dios obrar en mi vida, que quedar ligada al orgullo y perdérmelo
Amado Señor, gracias por revelarte a aquellos que te buscan con humildad. Ayúdame a descubrir cualquier pecado ignorado u olvidado que haya en mi corazón. Anhelo estar delante de ti con un corazón limpio y sé que necesito tu ayuda. En el nombre de Jesús, Amén.

Pasos para la aplicación:
Ora el Salmo 139:23-24. Pídele a Dios que revele cualquier pecado que ande rondando en tu corazón. Has el compromiso de pedirle a Dios perdón por este pecado y busca ayuda del para tratar con el mismo.

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Puntos para reflexionar:
 ¿Qué riesgos corre esta mujer al venir a casa de Simón e inclinarse ante los pies de Jesús?

¿Cuáles son algunos pecados fáciles de esconder en nuestros corazones?

¿Qué riesgos y beneficios enfrentamos cuando somos honestos con respecto al pecado que escondemos en nuestros corazones?

Versículos que te darán fuerza:
Lucas 7:47: “Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados”. (NVI)

Salmo 139:23-24: “Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno”. (NVI)

Salmo 51:10: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu”. (NVI)

© 2010  de Glynnis Whitwer. Todos los derechos están reservados.

Gracias por su ayuda en la traducción de este devocional.

Wendy Bello, editora 

Natasha Curtis
Waleska Nickerson
Veronica Young


 







 



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