lunes, 9 de abril de 2012


2 Corintios 5:17 "Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!" (NVI)

Era una escena típica de las fiestas. Mi mamá tarareaba con tono desafinado en la cocina. Mi papá reposaba en su sillón azul descolorido, mientras mi esposo y mis hermanos hablaban del juego de fútbol americano que pasaba por la tele. Los niños más pequeños jugaban a las cartas, mientras que los mayores conversaban acerca del hecho de que hace poco habían aceptado a mi hija en la universidad.


Mientras observaba la escena, me quedé tiesa. ¡Espera un momento! ¿Desde cuándo somos “una familia típica”?


Mi pasado nunca se parecerá a una tarjeta postal. Mi madre tuvo su primer bebé a los 15 años. Al tratar de ser una joven madre y esposa se desequilibró. Su joven esposo la maltrataba física y verbalmente, y a los 20 años de edad ella se fue con la intención de volver a empezar. Sola y embarazada, de mí, mi mamá conoció a un buen hombre con quien se casó más tarde.


Pero el equipaje emocional que traía cobró su saldo en la relación, y más tarde en toda la familia. Con frecuencia ella amenazaba con suicidarse. Se enfurecía. Nos atacaba físicamente. Imploraba que la perdonáramos. Si yo bajaba la guardia para amar, al día siguiente o a la semana siguiente se daba otro escándalo A una edad temprana, se me endureció el corazón.


Avancemos 25 años. Ya no soy una niña. Soy una mujer con mis propios hijos adultos. Dios me ha curado el corazón.


Parada en el comedor aquel día, me di cuenta de que seguía observando a mi familia a través de las lentes del pasado. Había abandonado el resentimiento, la ira. Amaba a mi padre y a mi madre, pero aún los consideraba quebrantados. Nuestras relaciones se basaban en esa percepción en muchos aspectos, demasiados.


Di un paso atrás y observé por un largo tiempo. ¿Quién era mi mamá ahora? ¿Cómo había crecido? ¿Reconocía yo lo que Dios había hecho en su vida?


La respuesta era "no", y yo no era la única que pensaba así. A mis hermanos también les pasaba lo mismo. No importaba lo que mi madre hiciera, no importaba cuánto ella había superado, siempre llevaba la marca del estigma. Llevaba la "Q" de quebrantada.


Mi familia ya había sido "normal" durante más tiempo que el que había sido disfuncional. Me di cuenta de que ya era hora de vivir en el presente y dejar el pasado atrás.

Aquél día hice la transición de niña a adulta. Reflexioné sobre lo que Dios puede hacer a pesar de un pasado quebrantado. Me regocijé en lo que había sucedido en el corazón de mi madre y de nuestra familia. No me cambió solamente a mí sino también cambió a mi madre y a nuestra relación. De algún modo ella sabía que habíamos atravesado un umbral. El peso de la culpa se alivió al mirarme a los ojos y darse cuenta de que ahora yo la veía completamente como la mujer en la que se había transformado.

Ya han pasado varias fiestas desde aquél día. Mi mamá todavía desafina. Yo todavía traigo el postre. Pero cuando veo a mi familia, no veo una simple reunión familiar. Veo la obra maestra de la gracia de Dios.
Amado Jesús, ¿reconozco los milagros que has hecho en mis seres queridos? ¿Me aferro al resentimiento aún cuando esa persona haya cambiado? Dame nuevos ojos para ver. Vuelve a realizar tu obra maestra mientras yo extiendo a otra persona en mi vida la misericordia que tú me has dado tan gratuitamente. En el nombre de Jesús, amén.


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Reflexiona y responde:


Vuelve a concentrarte: Dejaré de concentrarme en mi infancia y en su lugar me concentraré en el presente.


Sé realista: Aún las familias normales tienen conflictos. No existe una familia perfecta.


Cede: ¿Repito los malos recuerdos o resucito el pasado para castigar a un ser querido? ¿Estoy dispuesta a iniciar una nueva conversación?


Recibe: Las enmiendas pueden ser incómodas y no como yo pienso que deberían ser. La verdadera gracia es recibir el gesto con la misma intención con la que se ofreció.


"Cuando tratamos a la gente como debería ser, los ayudamos a transformarse en lo que son capaces de transformarse". — Johann Wolfgang Von Goethe


Versículos que nos enseñan: Mateo 9:13ª, “Pero vayan y aprendan lo que significa: "Lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios." (NVI)


© 2012 de T. Suzanne Eller . Todos los derechos están reservados.

Gracias por su ayuda en la traducción y edición de esta lectura:

Wendy Bello, editora
Judith Hernandez
Ana Stine
Natash Curtis
Waleska Nickerson
Veronica Young

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