lunes, 24 de junio de 2013

Tracie Miles


“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” Filipenses 4:6-7 (NVI)
         
Lectura:

A pesar de repetidos intentos por más de un año para encontrar lo que estaba mal conmigo, los doctores no podían identificar una seria condición médica. No es que yo quisiera que algo estuviese mal. Ciertamente no necesitaba una razón más para estresarme.

Yo estaba buscando desesperadamente una receta para la paz.

Al mirar atrás puedo ver que la principal causa de mi estrés era mi trabajo. Las abrumadoras expectativas y el perfeccionismo imposible que mi supervisor demandaba me cobraron su precio física, emocional y espiritualmente.

Sus duras críticas y comentarios me hacían sentir inadecuada, y mi autoestima se hundió a sus niveles más bajos. Alrededor de mí giraba el caos, el estrés ardía dentro de mí, y mi salud seguía declinando. Pero yo no reconocía la causa.

Dado que el diagnóstico médico continuaba eludiendo a los doctores, me creí la mentira de que el estrés excesivo era normal y que necesitaba aprender a vivir con él.

Con el tiempo mi estrés alcanzó un nivel peligrosamente alto y empecé a preguntarme si esta era la manera en la que Dios esperaba que fuese la vida. Ni siquiera estaba segura de que la Biblia hablara del estrés, pero estaba tan desesperada que busqué respuestas en la Palabra de Dios. Algo tenía que terminar, y no quería que tuviese que ser mi vida.

Entonces me topé con Filipenses 4:6-7. “No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.” (NVI)

Aunque ya había leído estos versículos antes, fue como si se hubiese prendido un foco. Estaba cansada de preocuparme. Ansiaba que mi corazón y mi mente fuesen curados y protegidos. Añoraba controlar mi estrés, en vez de que él me controlara a mí. Y estaba desesperada por tener paz.

Mientras las palabras de estos versículos lavaban mi alma, me di cuenta de que había estado dependiendo de otras personas para diagnosticar mis problemas en lugar de buscar un remedio que viniese de Dios. Por ir de doctor en doctor pasé por alto al único con una receta que en verdad puede curar: Jesucristo.

Mientras oraba por la capacidad de dejar de preocuparme y pasaba más tiempo procesando mi estrés con Dios, le agradecí por proveerme de trabajo. Y también pregunté si era momento de que lo dejara. Necesitaba ser rescatada y admití que él era el único con el poder para hacerlo. Me comprometí a confiar en sus caminos, incluso si no los entendía.

La paz no llegó de un día para otro, pero llegó. No porque mis circunstancias cambiaran, sino porque aproveché su paz cada día en medio de circunstancias nada tranquilas. Gradualmente sentía que Dios curaba mi corazón y reemplazaba mi estrés con su amor y confianza. Y cuando unos meses después hizo muy claro que tenía que renunciar, yo estaba equipada para manejar el nuevo estrés que llegó con esa decisión.

Si tú necesitas una receta para la paz, te animo a que dejes que tus pensamientos se centren en las promesas de Dios y a que descanses en su presencia mientras oras.

Pídele que te ayude a liberarte de tus preocupaciones. Alábalo por las cosas buenas que él ha hecho, y háblale de los problemas con los que estás batallando. Busca la voluntad de Dios para cada área de tu vida y comprométete a confiar en él lo suficiente para hacer los cambios a los que él te dirige.

La paz verdadera llega cuando confiamos en Dios y buscamos descanso en él, no cuando la vida está libre de conflicto. Una dosis diaria de la presencia de Dios y sus promesas es la mejor receta para la paz.

Amado Dios, estoy estresada. Sé que necesito un cambio en mi vida, y estoy lista para la receta para la paz que solo tú puedes ofrecer. Lléname hoy con una dosis de serenidad que no puedo encontrar en nadie más que en ti. En el nombre de Jesús, amén.

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Reflexionar y responder:
¿De qué manera puedes confiar en Dios en tus circunstancias y recibir su receta para la paz en lugar de manejar tus problemas con tu propia fuerza?

Pregúntale a Dios si necesitas hacer cambios en tu vida. Si así es, ora por los siguientes pasos a dar.

Versículos poderosos:
Salmo 107:19, “En su angustia clamaron al Señor, y él los salvó de su aflicción.” (NVI)

Juan 14:27, “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden.” (NVI)


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