lunes, 15 de julio de 2013

Karen Ehman 

 “He aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” Filipenses 4: 11b-13 (NVI)
         
Lectura:

Psst… Tengo un pequeño secreto.

No eres menos que tus vecinos.

Oh, ya sé que nunca pensaríamos eso dada la forma en que lucen… pero no son todo lo que parecen.

En los tiempos de mi mamá, uno sólo los veía unas cuentas a la semana. A lo mejor te los encontrabas de camino a la iglesia, o quizá en la junta de padres de familia. Ya sabes, mientras tú ibas en tu abollada y descolorida mini van gris y ellos se acomodaban felizmente dentro de su nueva y brillante camioneta Chevrolet.

¡Qué diferencia hace una década (o dos)! Ahora los vecinos se pasean perpetuamente frente a nuestros ojos casi las 24 horas del día. ¿Dónde?

En las noticias que nos llegan por la computadora. En nuestros teléfonos inteligentes. En Twitter, Facebook, Pinterest e Instagram. Los vecinos parecen gritar “¡mírame!” con sus vidas tan perfectas como sus fotos de perfil. Eso nos puede tentar a sentirnos celosas e insatisfechas.

Un día una amiga en línea puso: “Fettuccini Alfredo, vegetales frescos del jardín, y mi famoso pastel de queso con zarzamoras ¡es lo que habrá hoy para cenar!” El estatus de otra amiga leía: “¡Viva! Hemos terminado de pagar la hipoteca. ¡Ahora estamos libres de deudas!” Y otra más: “¡Nuestro Jimmy fue nombrado estudiante del mes!”

Todo esto sucedía mientras yo estaba ordenando pizza (¡por segunda ocasión en la semana!), juntaba el dinero para la hipoteca y respondía una llamada de la oficina del subdirector de la escuela secundaria donde se encontraba mi hijo castigado por una travesura inapropiada.

Sí, los vecinos invaden nuestros hogares y nuestros pensamientos varias veces al día mediante las redes sociales y el Internet, llevándose nuestra alegría y satisfacción. ¿Por qué?

Comparaciones.

Las comparaciones son siempre un golpe mortal a nuestra alegría. Cuando vemos a otros disfrutando, experimentando o siendo dueños de algo que nosotros no tenemos pero que desearíamos tener, nos puede disgustar y hacernos sentir insatisfechas.

En la carta a los creyentes en Filipos, el apóstol Pablo escribió en Filipenses 4:11-13: “He aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre”.

La palabra griega para “satisfecho” o “estar contento” denota más que solo dejar caer nuestros brazos siendo reacios a aceptar. En su raíz significa literalmente: “estar satisfecho al punto en donde ya no me siento ni preocupado ni inquieto”.

Dios ya ha preparado un lugar de satisfacción para nosotros cuando el coche se descompone, las deudas son difíciles de pagar, y nuestro “Juanito” se porta mal… otra vez. Podemos encontrar ese lugar cuando quitamos los ojos de nuestra situación (o cuando dejamos de mirar la pantalla de la computadora) y los fijamos solo en Dios.

Cuando adoptamos esta actitud vivimos la verdad que una vez escuché declarar a la escritora Elisabeth Elliot: “La diferencia es Cristo en mí, no que mis circunstancias sean diferentes.”

Para aceptar de verdad nuestras circunstancias debemos decidir dejar de pedir: “¡Dios, sácame de aquí!”, y aprender a pedir humildemente: “Señor, ¿por qué me has traído a este lugar? ¿Qué estás tratando de revelarme que yo nunca podría descubrir si tú me sacaras repentinamente de esta situación? ¿Qué cualidades de un carácter divino estás tratando de hacer crecer en mí? ¿Paciencia? ¿Confianza? ¿Fe? ¿Compasión?”

Cuando dejamos de hacer comparaciones y aceptamos nuestro destino, recibiendo de buena gana todo lo que Dios nos enseña mediante él, seremos capaces de descubrir el secreto que Pablo sabía. La verdadera satisfacción no es solo tener lo que quieres, sino no querer nada más que lo que ya tienes.

Solo podemos hacer esto cuando dejamos de mirar a los vecinos y volvemos nuestros ojos a Jesucristo que nos fortalece.

Amado Dios, perdóname por andar mirando alrededor y compararme a mí misma o mis circunstancias con las de otros. Hazme buscarte solo a ti para estar satisfecha y encontrar paz. En el nombre de Jesús, amén.

Recursos relacionados:

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¿En qué aspectos de tu vida las comparaciones afectan tu alegría? ¿Tu matrimonio? ¿Los hijos? ¿Las finanzas? ¿El trabajo? ¿Tus relaciones? ¿Tu apariencia?

Elige uno de esos aspectos y escribe una oración a Dios pidiéndole que cambie tu perspectiva para que en lugar de compararte estés satisfecha con lo que tienes. Pégala junto a la pantalla de tu computadora o en el espejo de tu baño.

Versículo poderosos:
Proverbios 14:30, “El corazón tranquilo da vida al cuerpo, pero la envidia corroe los huesos.” (NVI)

© 2013 de Karen Ehman. Todos los derechos están reservados.  
Gracias por su ayuda en la traducción de esta lectura:
   y las que traducen las lecturas:
     Ana Stine 
     Natasha Curtis
     Waleska Nickerson 
     Karina Córdova
     Cony Villareal

Judith Hernández, la voz latina 
   y las que ayudan con la traducción de radio programas:  
      Veronica Young
      Diana Torres


Van Walton. Directora del ministerio para latinas 

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