lunes, 19 de agosto de 2013

Tracie Miles

 “Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada.” Juan 15:5 (NVI)
         
Lectura:

Cuando mi hijo Michael estaba aprendiendo a atar los cordones de sus zapatos batallaba mucho. Pero cada vez que le ofrecía mi ayuda él gritaba: “¡Yo puedo hacerlo solo!”

Pero no podía. Él no tenía la habilidad o el conocimiento necesario para atarse los cordones. Yo le ofrecía sentarlo en mi regazo y enseñarle, pero él sólo corría y continuaba intentando (sin éxito) por su cuenta. Al final lo cargaba en contra de su voluntad mientras él retorcía su delgado cuerpo hasta volverlo una varita imposible de doblar, gimiendo y sacudiéndose por todos lados.

Michael estaba frustrado y de mal humor simplemente porque quería atar los cordones por sí mismo. En su mente él era capaz de hacerlo. Pero siendo yo su mamá, sabía que no podía hacerlo solo.

Yo entendía su frustración porque incluso como una mujer adulta con frecuencia no me gusta admitir que necesito ayuda. Desde pequeños nos enseñan que debemos ser independientes y a veces nos preparan para creer que pedir ayuda es un signo de debilidad o fracaso. Batallamos con el orgullo y queremos probar nuestras capacidades a los ojos del mundo.

Aunque esta puede ser nuestra mentalidad, no es la mentalidad de Jesús.

En el versículo clave de hoy Jesús les dice a sus discípulos que lejos de él no pueden hacer nada. Aunque ellos ya habían dedicado sus vidas a seguirlo y servirlo, Jesús quería que entendieran que necesitaban una relación íntima e interdependiente con él.

Jesús no los estaba mandando, sino invitando a sus discípulos a atenerse a él. Él les prometió bendiciones y que ellos darían mucho fruto.

Así como una manzana solo puede existir si se mantiene conectada a la rama del árbol para obtener vida y alimento, Jesús les dijo a ellos y a nosotros que debemos mantenernos conectados a él. Sin la unión vital que nos da vida en Cristo no podemos producir ningún fruto en nuestras vidas.

¿Cómo es? Esto sucede cuando intentamos incansablemente dar perdón, cambiar el corazón de una persona, superar un problema personal, transformar una situación o lograr una meta. Con mucha frecuencia hacemos cosas con nuestra propia fuerza y sabiduría en lugar de darnos cuenta y ceder a nuestra necesidad de la ayuda de Dios. Pero cuando nada, o muy poco, pasa, nos frustramos y estresamos, justo como un niño incapaz de atar sus agujetas.

Nuestra tendencia a confiar en nuestro propio conocimiento, habilidades o experiencia en realidad puede convertirse en un obstáculo. Al final podremos encontrarnos vencidas y desanimadas, deseando secretamente aventarnos al piso y dar una pataleta.

La palabra “permanecer” significa “vivir, residir, o continuar en una condición o relación en particular”. Al aceptar a Jesús como nuestro salvador, se nos invita a vivir en él. Este versículo nos exhorta en el por qué es importante para nuestra fe estar conectadas en una relación. Al aprender a vivir en Cristo diariamente estamos mejor equipadas para lidiar con el estrés y las adversidades, y mejor preparadas para evitar colapsos.

Así como yo conozco las limitaciones de mi hijo, Dios entiende que necesitamos su ayuda en nuestra vida. Él entiende nuestro deseo de independencia y nuestras batallas con el orgullo, y aún así si permanecemos en él y aceptamos su ayuda estaremos mejor equipadas para lidiar con el estrés y los retos de la vida.

Amado Señor, no me había dado cuenta del estrés que yo me estaba creando por asumir que era capaz de enfrentar los problemas por mí misma. Perdóname por tratar de hacer las cosas lejos de ti. En el nombre de Jesús, amén.

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Reflexionar y responder:
¿Qué situación te ha estado causando gran estrés y frustración? En lugar de enfrentarlo por tu cuenta, dedica algo de tiempo en oración.

¿Qué obstáculos te has encontrado últimamente? ¿Duda? ¿Miedo? ¿Preocupación? ¿Problemas matrimoniales? ¿Retos en la crianza de los hijos? ¿Preocupaciones financieras? Sé humilde ante Dios y pide su ayuda.

Versículos poderosos:
1 Crónicas 16:11, “¡Refúgiense en el Señor y en su fuerza, busquen siempre su presencia!” (NVI)

Filipenses 4:13, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (NVI)

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